Desde niño siento fascinación por estos pequeños felinos. Observarlas,
cuando se entregan a sus largas y profundas pausas, supone un placer inmenso,
un regalo de la madre naturaleza presente en casa que me hace estar agradecido
a la Vida constantemente, y que me lleva a imaginar, pretender recorrer al
galope de las sacudidas de sus sueños, esos mundos que transitan en brazos de
Morfeo.
En mi primera adolescencia, en casa de mis padres, donde
nadie compartía mi atracción por estos duendecillos con bigotes, tuve mi primer
gatito, no recuerdo ni cómo fue, ni cómo llegó a casa, pero sí de lo poco que tardó
en desaparecer “misteriosamente”. Sin duda ese misterio vino a reafirmar mi
pasión por ellos. Poco tiempo después mi novia, como se decía antes, hoy
compañera de mi vida y de mis sueños, madre de mi hijo, me regaló, a modo de
consuelo, un lindo peluche felino que todavía nos acompaña y que cuida de
nuestra cama cuando el calor de nuestro amor no la habita.
Con el transcurrir de los años estos pequeños felinos se han
convertido, además, en compañeros inseparables de nuestros paseos por el mundo.
Los encuentro, o ellos nos encuentran, en los más diversos lugares, pero ahí
están, no me preguntes cómo, surgiendo o tropezando con nuestras curiosas
miradas, en casi todas nuestras salidas, y cuando aparecen el disparador de la
cámara emite un ronroneo. En ese instante dejan de ser importantes rincones o
monumentos, da igual si el susodicho está catalogado como patrimonio de la
humanidad o dispone de cien entradas con cinco estrellas en cualquier web de
viajeros, en ese instante sólo están ellos y yo para instalar un feudo en mi
cámara de leves maullidos de indiferencia y celo. En cierta manera, siempre lo
he pensado, ellos son los moradores y dueños de esas ruinas centenarias,
herederos de los pasajes por ellas transitados que estos pequeños felinos
guardan a buen recaudo tras las pupilas hipnóticas de sus ojos. Por eso cuando
las miras se contraen, porque no quieren desvelar sus secretos.
Y en casa, cuando llegamos, aquí nos esperan ellas, estas dos
hermosas gatas que hoy conviven con nosotros, no sólo bellas por fuera, para
mostrarnos su enfado, por nuestra ausencia, con una sobredosis, diligente, de
diversión e ingenio.
¡Os quiero!