ANTEQUERA. OTOÑO 2015
Primera parte
Entre curva y curva, con regusto a repecho y cartulina negra,
fuimos dejando atrás las tierras de Cádiz, de lejos nos contempla Olvera, para
entrar por los asfaltos de Málaga, reventando que me orinaba, hasta llegar a la
comarca de Antikaria, que decían los romanos, más conocida como Antequera,
donde desagüé afluentes sobre esta tierra ya seca. La vejiga reposada, el
camino recto, y a pocos kilómetros aparece la posada donde reposaremos, la
Finca Eslava, con categoría de cuatro, estrellas se colocan algunos, sin que
sea para tanto, los hay muy faroleros. Reservando con Booking 74€ la noche. Una
y no más. Del desayuno ni hablar, anota, 8€ por persona, si al menos ofrecieran
calidad. Ni en los mejores sueños.
Nos aseamos, mudamos vestuario y para el centro de Antakira,
así la llamaban los árabes. Ocho y media en el reloj y la noche perfecta. Aparcamos
frente al ayuntamiento, la zona azul ha cerrado, donde nos espera Cristóbal,
por apellido Gallego, con la amistad en su corazón y la bondad en su chistera.
Cristóbal es el guardián del Consistorio antequerano.
https://es.wikipedia.org/wiki/Antequera
Tras aparcar el coche, y viendo sus puertas abiertas, nos
acercamos hasta la ilustre cancela que separa al recibidor del patio porticado,
una de las perlas doradas del período renacentista andaluz, y Cristóbal se nos
acerca, con mirada indagadora, observa de pies a cabeza, pregunta de dónde somos,
respondemos y al instante muda su rostro. Sus ojos bondadosos destilan
recuerdos que comparte con nosotros. Hablan los años mozos en la gracia de sus
labios. Pasajes de servicio militar en la Isla de León y Tarifa. No son
recuerdos muy gratos, tantos meses y meses de reclusión militar, pero en la
morriña del levante se desliza el Carnaval por el que siente afecto y lo sigue.
Y Cristóbal, con sus recuerdos de Cádiz, se encariña de nosotros, se traduce en
sus ojos, abriéndonos las puertas del Consistorio. Cristóbal, él y nosotros,
subimos por las nobles escaleras que hablan de personajes remotos y placas
conmemorativas de visitas y otros jolgorios, entre ellas la toma de esta ciudad
por el infante Fernando de Castilla, más tarde Fernando I de Aragón, también
nombrado Fernando de Antequera y otros nombramientos que no vienen al caso. Sí
es de agrado escuchar lo que nos desvela Cristóbal, el porqué del archiconocido
lema que tiene varias hipótesis, pero yo me quedo con la de Cristóbal, que por
algo es el guardián del ayuntamiento:
“Estando el
infante Fernando, aspirante al trono de Aragón y regente de
Castilla, indeciso en relación al próximo lugar que tenía que atacar, se le
apareció una joven con unos leones y le dijo: “Salga el Sol por Antequera y que
sea lo que Dios quiera”.
Por el corredor número dos el Infante don Fernando, en un
descuido, lee unos salmos en hebreo que moran sobre el aparador del antiguo Convento
de los Remedios, que en otro tiempo era el uso del edificio consistorial.
Llegamos al Salón de Plenos, Cristóbal abre las puertas y nos
anima para que hagamos algunas fotos. Cristóbal será nuestro fotógrafo. Más
tarde Pili se retratará con él. Gracias Cristóbal por tu acogida y cariño.
Para cenar unos paisanos nos indican un hostal restaurante a
pocos pasos del Palacio Consistorial, de nombre Castilla. Bueno, bueno, bueno,
cenamos estupendamente. Dieciséis euros los dos con tres copas de Rioja, cosecha,
ecológica, de nombre Azabache, tres
tapas bien servidas y media ración de croquetas caseras venerables, y de postre
Bienmesabe, que en Antequera es dulce y en San Fernando cazón en adobo,
endulzado todo con la hospitalidad y simpatía de Juanchi, uno de esos camareros
pepinos, logran que repitas y repitas, el paladar agradecido y el espíritu
reconfortado. Y con el estómago satisfecho regresamos a la Finca Eslava. Los
colchones no ofrecen el mejor reposo pero mañana nos aguarda Antequera y
nosotros deseando de volver a pasearla.
Madrugamos pronto, pagamos en recepción, el trato correcto,
sin adornos. Agradecemos la información para aparcar sin dificultad y muy
cerquita del centro, por los alrededores de la plaza de toros, y nos despedimos
sin más. Los hay muy faroleros.
Unas señoras con cara de buen comer nos refieren una
cafetería para desayunar, y allá que nos vamos con la orquesta sinfónica en el
estómago. Su nombre Cafetería Florida,
en la calle Lucena, 44. Molletes con chicharrones, al estilo antequerano, dos
velitas y la babita, que chorrea por la comisura de los labios, para estos
santos benditos de nuestra devoción y celo. El Bar Florida, filial del paraíso
en Antequera, le mostró a los seres descarriados el santo camino del mollete, a
veces con aceite y tomate, otras con manteca colorá, que son varias las maneras
de llegar a dios, debiendo reverencia y gratitud a los prelados de estos
templos. Acabando, la visita cultural al refectorio del Señor, dos santificados
molletes y un par de descafeinados, cinco euros de mil amores pagados.
A continuación preguntamos por la plaza de abastos, sagrario
imperdible en nuestros paseos por el mundo, aquí a la vuelta la encuentra, en
la Plaza de San Francisco. Poco por destacar de su mercado de abastos, a no ser
el edificio donde habita, sin duda de aspecto muy grato. Inaugurado en 1885 es
un edificio de nave central con cuatro naves laterales adosadas, construido con
materiales propios de la zona, como el ladrillo, con numerosas arcadas y vanos
acristalados para que la luz inunde su interior.
Contigua al mercado la Biblioteca Supramunicipal de San
Zoilo, inaugurada con tal uso en 2004 se ubica en un antiguo monasterio
franciscano. Bellísimo edificio en el que sobresale su claustro renacentista,
aunque hay otras varias dependencias igualmente notables, como el Salón de
Actos que pudimos conocer gracias a la gentileza de su director y a la
bibliotecaria que le animó a que nos acompañara.
